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ni retenida.»
Cuando esto oyó Psiches, contra lo que ella pensaba, afligida de doblada
pena y enojo tomó su camino, tornando para atrás, y vio un hermoso
templo que estaba en una selva de árboles muy grandes, en un valle, el cual
era edificado muy pulidamente: y como ella se tuviese por dicho ninguna
vía dudosa o de mejor esperanza jamás dejarla de probar, y que andaba
buscando socorro de cualquier dios que hallase, llegose a la puerta del
templo y vio muy ricos dones de ropas y vestiduras colgadas de los postes
y ramas de los árboles, con letras de oro que declaraban la causa por que
eran allí ofrecidas y el nombre de la diosa a quien se dan. Entonces,
Psiches, las rodillas hincadas, abrazando con sus manos el altar y limpiadas
las lágrimas de sus ojos, comenzó a decir de esta manera:
«¡Oh, tú, Juno, mujer y hermana del gran Júpiter! O tú estás en el
antiguo templo de la isla de Samos, la cual se glorifica porque tú naciste
allí y te criaste: o estás en las sillas de la alta ciudad de Cartago, la cual te
adora como doncella que fuiste llevada al cielo encima de un león: o si por
ventura estás en la ribera del río Inaco, el cual hace memoria de ti, que eres
casada con Júpiter y reina de las diosas: o tú estás en las ciudades
magníficas de los griegos, adonde todo Oriente te honra como diosa de los
casamientos y todo Occidente te llama Lucina: o doquiera que estés, te
ruego que socorras a mis extremas necesidades, y a mí, que estoy fatigada
de tantos trabajos pasados, plégate librarme de tan gran peligro como está
sobre mí, porque yo bien sé que de tu propia gana y voluntad acostumbras
socorrer a las preñadas que están en peligro de parir.»
Acabado de decir esto, luego le apareció la diosa Juno, con toda su
majestad, y dijo:
«Por Dios, que yo querría dar mi favor y todo lo que pudiese a tus
rogativas, pero contra la voluntad de Venus, mi nuera, la cual siempre amé
en lugar de mi hija, no lo podría hacer, porque la vergüenza me resiste.
Además de esto, las leyes prohíben que nadie pueda recibir a los esclavos
fugitivos contra la voluntad de sus señores.»
Capítulo II
Cómo, cansada Psiches de buscar remedio para hallar a su marido
Cupido, acordó de irse a presentar ante Venus por demandarle merced,
porque Mercurio la había pregonado, y cómo Venus la recibió.
-Con este naufragio de la fortuna, espantada Psiches viendo asimismo
que ya no podía alcanzar a su marido, que andaba volando, desesperada de
toda su salud, comenzó a aconsejarse con su pensamiento en esta manera:
¿Qué remedio se puede ya buscar ni tentar para mis penas y trabajos a los
cuales el favor y ayuda de las diosas, aunque ellas lo querían, no pudo
aprovechar? Pues que así es, ¿adónde podría yo huir, estando cercada de
tantos lazos? ¿Y qué casas o en qué soterraños me podría esconder de los
ojos inevitables de la gran diosa Venus? Pues que no puede huir, toma
corazón de hombre y fuertemente resiste a la quebrada y perdida esperanza
y ofrécete de tu propia gana a tu señora, y con esta obediencia, aunque sea
tarde, amansarás su ímpetu y saña. ¿Qué sabes tú si por ventura hallarás
allí, en casa de la madre, al que muchos días hace que andas a buscar? De
esta manera aparejada para el dudoso servicio y cierto fin, pensaba entre sí
el principio de su futura suplicación. En este medio tiempo, Venus, enojada
de andar a buscar a Psiches por la tierra, acordó de subirse al cielo, y
mandando aparejar su carro, el cual Vulcano, su marido, muy sutil y
pulidamente había fabricado y se lo había dado en arras de su casamiento,
hecho las ruedas de manera de la Luna, muy rico y precioso, con daño de
tanto oro y de muchas otras aves, que estaban cerca de la cámara de Venus,
salieron cuatro palomas muy blancas, pintados los cuellos, y pusiéronse
para llevar el carro; y recibida la señora encima del carro, comenzaron a
volar alegremente, y tras del carro de Venus comenzaron a volar muchos
pájaros y aves, que cantaban muy dulcemente, haciendo saber cómo Venus
venía. Las nubes dieron lugar, los cielos se abrieron y el más alto de ellos la
recibió alegremente; las aves iban cantando: con ella no temían las águilas
y halcones que encontraban. En esta manera, Venus, llegada al palacio real
de Júpiter, y con mucha osadía y atrevimiento, pidió a Júpiter que mandase
al dios Mercurio le ayudase con su voz, que había menester para cierto
negocio. Júpiter se lo otorgó y mandó que así se hiciese. Entonces ella,
alegremente, acompañándola Mercurio, se partió del cielo, la cual en esta
manera habló a Mercurio:
«Hermano de Arcadia, tú sabes bien que tu hermana Venus nunca hizo
cosa alguna sin tu ayuda y presencia; ahora tú no ignoras cuánto tiempo ha
que yo no puedo hallar a aquella mi sierva que se anda escondiendo de mí:
así que ya no tengo otro remedio sino que tú públicamente pregones que le
será dado gran premio a quien la descubriere. Por ende, te ruego que hagas
prestamente lo que digo. Y en tu pregón da las señales e indicios por donde
manifiestamente se pueda conocer. Porque si alguno incurriere en crimen
de encubrirla ilícitamente, no se pueda defender con excusación de
ignorancia.»
Y diciendo esto, le dio un memorial en el cual se contenía el nombre de
Psiches y las otras cosas que había de pregonar. Hecho esto, luego se fue a
su casa. No olvidó Mercurio l
o que Venus le mandó hacer, y luego se fue
por todas las ciudades y lugares, pregonando de esta manera: Si alguno
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