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En cuarta clase esta nave lleva, casi en cada viaje, una pandilla de criminales
desesperados. Por supuesto, está equipada para gasear cada compartimiento,
selectivamente. Pero, Viernes, tú no estarás aquí cuando usen el gas.
- ¿Eh? Sigue hablando.
- Los inmigrantes caminan por el pasillo central de esta cala. Casi trescientos este
viaje; estarán apiñados en su compartimiento más allá del límite de seguridad. Hay tantos
en este viaje que cabe suponer que no es posible que se conozcan todos los unos a los
otros en el corto tiempo que han tenido. Utilizaremos esto. Además es un método antiguo,
muy antiguo, Viernes; el mismo que utilizó Ulises con Polifemo...
Pete y yo habíamos retrocedido hasta un rincón bastante oscuro formado por el alto
extremo del generador y algo parecido a una enorme grúa. La luz cambió, y oímos el
murmullo de muchas voces.
- Están viniendo - susurró Pete -. Recuerda, tu mejor apuesta es alguien que lleve
muchos bultos. Hay montones de ellos. Nuestras ropas son adecuadas... no parecemos
de primera clase. Pero tenemos que llevar algo. Los emigrantes van cargados; lo sé muy
bien.
- Intentaré tomar el bebé de alguna de las mujeres - le dije.
- Perfecto, si puedes conseguirlo. Cuidado, ahí vienen.
Iban por supuesto muy cargados... debido a lo que me parece que es una
inconsecuente política de la compañía: un inmigrante puede llevar por el precio de su
billete todo lo que quepa en esos cuartos trasteros que llaman camarotes en tercera
clase... siempre y cuando pueda sacarlo de la nave sin ayuda; esa es la definición que la
compañía da a «equipaje de mano». Pero cualquier cosa que deba ser depositada en la
cala paga aparte sus tasas de embarque. Sé que la compañía lo que desea es sacar un
beneficio... pero no tiene por qué gustarme esta política. De todos modos, hoy íbamos a
intentar convertirla en una ventaja para nosotros.
Mientras pasaban junto a nosotros la mayoría de ellos ni siquiera nos dirigían una
mirada, y el resto no parecía excesivamente interesado. Parecían cansados y
preocupados y supongo que lo estaban, ambas cosas. Había montones de bebés y la
mayoría estaban llorando. El primer par de docenas en la columna se apresuraron hacia
el exterior. Luego la fila avanzó más lentamente - más bebés, más equipajes - y se
arracimó. Aquel era el momento de pretender ser una «oveja».
Luego, repentinamente, en aquella mezcolanza de olores humanos, de sudor y
suciedad y preocupación y miedo y almizcle y pañales sucios, un olor llegó hasta mí tan
claro como el tema del Gallo Dorado en el Himno al Sol de Rimsky-Korsakov o un tema
principal wagneriano en el Ciclo de los Anillos... y grité:
- ¡Janet!
Una mujer muy cargada al otro lado de la hilera se volvió y me miró, y dejó caer dos
maletas y me agarró.
- ¡Marjie!
Y un hombre con una barba estaba diciendo:
- ¡Os dije que estaba en la nave! ¡Os lo dije!
E Ian dijo acusadoramente:
- ¡Estabas muerta!
Y yo extraje mi boca de la de Janet el tiempo suficiente para decir:
- No, no lo estoy. La Oficial Piloto Subalterna Pamela Heresford te envía sus más
cálidos saludos.
- ¡Esa perra! - dijo Janet
- Vamos, Jan - dijo Ian.
Y Betty me miró atentamente y dijo:
- Realmente es ella. Hola, chica. Dichosos los ojos. ¡Y que lo jures! - mientras Georges
decía incoherencias en francés e intentaba separarme suavemente de Janet.
Naturalmente, habíamos detenido el avance de la cola. Otras personas,
espantosamente cargadas y algunas de ellas quejándose, empujaron por nuestro lado,
entre nosotros. Dije:
- Será mejor que avancemos de nuevo. Podemos hablar más tarde. - Miré hacia el
lugar donde Pete y yo nos habíamos ocultado; no estaba. De modo que dejé de
preocuparme por él; Pete es listo.
Janet parecía distinta, algo más corpulenta... hacía simplemente varios meses que no
la veía. Intenté tomar una de sus maletas; no me dejó.
- Mejor ir con dos; van bien para el equilibrio.
Así que cogí una jaula para viaje con un gato dentro... Mamá Gata. Y un largo paquete
de papel marrón que Ian llevaba bajo el brazo.
- Janet, ¿qué pasó con los gatitos?
- Ellos - respondió Freddie por ella - consiguieron, gracias a mi influencia, escalar
excelentes posiciones con magníficas perspectivas de mejora como ingenieros de control
de roedores en una gran estación ganadera en Queensland. Y ahora, Helen, por favor
dinos cómo ocurre que tú, que sólo ayer, según todas las apariencias, te sentabas a la
diestra del señor y dueño de una gran supernave de línea, te encuentras hoy
compartiendo el destino del paisanaje en las entrañas de este cacharro.
- Más tarde, Freddie. Una vez hayamos pasado por ahí.
Miró hacia la puerta.
- ¡Oh, sí! Más tarde, con amistosas libaciones y muchas historias que contar. Mientras
tanto aún nos queda pasar por Cerbero.
Dos perros guardianes, ambos armados, estaban en la puerta, uno a cada lado.
Empecé a recitar mantras mentalmente mientras charlaba tonterías de doble sentido con
Freddie. Los dos maestros de armas me miraron, ambos parecieron considerar que mi
apariencia no era digna de mención. Posiblemente un rostro sucio y un pelo enmarañado
adquiridos durante la noche ayudaban mucho, sobre todo teniendo en cuenta que hasta
entonces nunca había salido ni una sola vez de la cabina BB sin que Shizuko hubiera
trabajado concienzudamente para hacerme alcanzar altos precios en la subasta social.
Cruzamos la puerta, bajamos una corta rampa, y fuimos alineados junto a una mesa
situada justo al final de la rampa. Tras ella había sentados dos empleados con papeles.
Uno de ellos llamó en voz alta:
- ¡Frances, Frederick J.! ¡Adelántese!
- ¡Aquí! - respondió Federico, y avanzó junto a mí para dirigirse a la mesa. Entonces
una voz detrás mío gritó:
- ¡Aquí está! - y dejé caer a Mamá Gata al suelo con excesiva brusquedad y eché a
correr hacia la línea del cielo.
Fui vagamente consciente de mucha excitación detrás mío, pero no presté atención a
ello. Simplemente deseaba salirme fuera del radio de acción de cualquier pistola
atontadora o lazo o mortero de gases lacrimógenos lo más rápido que fuera posible. No
podía superar a una pistola radar o a un rifle de proyectiles... pero esos no me
preocupaban, si Pete estaba en lo cierto. Simplemente me limitaba a poner un pie delante
del otro. Había un poblado a mi derecha y algunos árboles directamente delante. Por el
momento llegar a los árboles parecía la mejor apuesta; seguí corriendo.
Una mirada hacia atrás me mostró que la mayor parte de mis perseguidores habían
quedado atrás... lo cual no era sorprendente. Puedo recorrer mil metros en dos minutos
escasos. Pero parecía que dos de ellos estaban manteniendo la distancia y posiblemente
acortándola. Así que controlé mi velocidad, con la intención de golpear sus dos cabezas
juntas o hacer cualquier cosa que fuera necesario.
- ¡Sigue adelante! - jadeó Pete -. Se supone que estamos intentando atraparte.
Seguí adelante. El otro corredor era Shizuko. Mi amiga Tilly.
Una vez estuve bien metida entre los árboles y fuera de la vista de la nave de
aterrizaje, me detuve para vomitar. Llegaron a mi lado; Tilly me sujetó la cabeza y luego
secó mi boca... intentó besarme. Aparté el rostro.
- No lo hagas, debe saber horrible. ¿Cómo conseguiste salir de la nave así? - Iba
vestida con unos leotardos que la hacían parecer más alta, más esbelta, más occidental, y
mucho más femenina que lo que estaba acostumbrada a ver en mi «doncella».
- No. Salí con un kimono formal con obi. Está ahí atrás, por algún sitio. Me impedía
correr bien.
- Dejad de charlotear - dijo Pete irritadamente -. Tenemos que salir de aquí. - Me sujetó
del pelo, me besó -. ¿Qué importa el sabor? ¡Sigamos adelante!
Así lo hicimos, permaneciendo entre los árboles y alejándonos de la nave de aterrizaje.
Pero rápidamente se hizo evidente que Tilly se había torcido un tobillo y cada vez cojeaba
más. Pete gruñó de nuevo.
- Cuando tú echaste a correr, Tilly estaba apenas a medio camino del pasadizo que
baja de la cubierta de primera clase. Así que saltó, e hizo un mal aterrizaje. Til, eres torpe.
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